9 7 8 9 9 7 2 5 7 2 0 7 4 ISBN: 978-9972-57-207-4 color para retira © Universidad del Pacífico Av. Salaverry 2020 Lima 11, Perú www.up.edu.pe DESARROLLO A ESCALA HUMANA Y DE LA NATURALEZA Jürgen Schuldt 1ª edición versión e-book: agosto 2013 Diseño de la carátula: Icono Comunicadores ISBN: 978-9972-57-207-4 ISBN e-book: 978-9972-57-248-7 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2012-13602 BUP Schuldt, Jürgen. Desarrollo a escala humana y de la naturaleza / Jürgen Schuldt. -- Lima : Universidad del Pacífico, 2012. 232 p. 1. Crecimiento económico 2. Desarrollo económico y social 3. Desarrollo humano 4. Crecimiento económico--Aspectos ambientales I. Universidad del Pacífico (Lima) 338.9 (SCDD) Miembro de la Asociación Peruana de Editoriales Universitarias y de Escuelas Superiores (Apesu) y miembro de la Asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe (Eulac). La Universidad del Pacífico no se solidariza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso de la Universidad del Pacífico. Derechos reservados conforme a Ley. Dedicado a mis nietos, Jürgen III, Nicolás, Melissa, Daniela, Nicole, Sophi y Bastian, en la esperanza de que puedan criar a sus hijos en un mundo más humano y respetuoso de la naturaleza. Í N D i C E Introducción .................................................................................................................... 9 I. Abundancia y bienestar subjetivo ......................................................................... 13 II. Preferencias, satisfactores y necesidades .............................................................. 43 III. Capacidades y derechos ......................................................................................... 59 IV. Hacia un “desarrollo a escala humana” ................................................................. 75 V. El fetichismo del crecimiento económico: culturas del derroche consumista ....... 89 VI. Expoliación, desperdicio y basura en el proceso económico ............................... 105 VII. El estado estacionario: de John Stuart Mill a Herman Daly ................................. 117 VIII. Decrecimiento sostenible: de Georgescu-Roegen a la actualidad ....................... 135 IX. Propuestas de política: ¿cambio de sistema? ...................................................... 151 X. ¿Hacia una ciencia social unificada? .................................................................... 167 Conclusiones ................................................................................................................ 181 Anexo bibliográfico ....................................................................................................... 185 9 iNTRODUCCióN “El objetivo de una economía no es la ganancia, sino el bienestar de toda la población. El crecimiento económico no es un fin, sino un medio para dar vida a las sociedades buenas, humanas y justas. [...] Esa es la prioridad política más importarte del siglo XXI”. Eric Hobsbawm (2009) Las recientes turbulencias a escala mundial, que se desataron a raíz de la Gran Rece- sión estadounidense y se contagiaron al resto del orbe, han debido volver a poner en la primera plana los debates políticos y académicos internacionales sobre los problemas fundamentales de nuestro globalizado sistema económico y sociopolítico, en términos del Desarrollo Humano y de los Límites del Planeta. Curiosamente, nuevamente se insiste en la necesidad de impulsar el crecimiento económico a toda costa; aunque sin mayor éxito; paralelamente a lo cual, siguen aumentando los desequilibrios económicos, la anomia y los conflictos sociopolíticos internos e internacionales. En el texto que sometemos a su consideración, nos proponemos evaluar las consecuencias que ejerce el crecimiento económico de las sociedades capitalistas de mercado sobre las capacidades y el desarrollo integral de las personas, así como su impacto sobre la Natu- raleza. Consideramos que, incluso si tuvieran éxito las medidas que se vienen adoptando en las economías del hemisferio norte para salir del estancamiento en el mediano plazo, el futuro no se muestra promisorio. Porque, de acuerdo a las evidencias empíricas, ni las personas ni la biosfera habrán de soportar los impactos perversos de la ciega expansión del producto bruto interno y el consecuente uso exagerado de materia y energía. Como tal, no se vislumbra que el crecimiento económico sea parte de la solución, sino que es cada vez más evidente que es parte sustancial de los problemas que nos aquejan. Es decir, mostraremos la lógica perversa de las economías capitalistas de mercado, que –como es sabido, pero aún no plenamente reconocido– no se condice propiamente con la naturaleza humana y la finitud del planeta. Esto último nos obligará a tratar temas que ignoran los economistas ortodoxos, a saber: ¿cuáles son las necesidades fundamentales del ser humano y de qué capacidades dispone para cubrirlas? y ¿cuáles son los problemas cada vez más graves que han surgido por el uso exagerado de los recursos naturales no renovables y de la energía, crecientemente escasos, considerando además los que vienen denominándose “derechos de la Naturaleza”? J ü r g e n S c h u l d t 10 La interrogante que deriva de esas preocupaciones nos llevará a la búsqueda de una res- puesta a la cuestión relativa a la posibilidad de conciliar el bienestar de las personas con la sostenibilidad del planeta. Más específicamente, ¿es que el crecimiento económico, como se está procesando en las actuales economías capitalistas de mercado, es capaz de satisfacer las necesidades axiológicas y existenciales de las personas, a la vez que se respeta la sostenibilidad de la biosfera? Y, más aún, esa conjunción, ¿será posible con un mayor crecimiento económico o es necesario instaurar un sistema económico radicalmente nuevo que nos lleve a un Estado Estacionario o, incluso, al Decrecimiento en el marco de una modalidad de acumulación-distribución-consumo alternativa a la actualmente vigente? Discutiremos algunas de las diversas alternativas disponibles para transitar hacia una civilización que tenga en cuenta las posibilidades de desarrollo de las desaprovechadas potencialidades del Ser Humano y los sobreaprovechados dones de la Naturaleza, asegu- rando la armonía y sinergia que debería volver a existir entre ambos, luego de la paulatina ruptura que se diera entre ambas desde varias décadas atrás. Nos referimos a la creciente sobreexplotación y contaminación de la Tierra y a la acelerada insatisfacción del ser huma- no, que está siendo uniformado, alienado y alejado cada vez más de la cobertura de sus necesidades fundamentales, por lo que el bienestar subjetivo de las personas ha venido deteriorándose desde entonces. En el marco de esas preocupaciones, el presente texto ha ensayado una serie de reflexiones críticas sobre el futuro de las economías capitalistas de mercado, así como de la ciencia eco- nómica ortodoxa, que han venido justificando las mencionadas tendencias perversas sobre el bienestar personal, familiar y social, así como sobre los cada vez más escasos recursos naturales no renovables, sobre la pérdida de biodiversidad y el deterioro del medio ambiente. En ese entendido, el primer capítulo analizará los motivos por los cuales el bienestar sub- jetivo de las personas y familias ha venido decreciendo a partir de mediados de la década de 1970, sobre todo después de que el ciudadano promedio alcanzó un cierto umbral de ingresos, entre otras razones; lo que ha llevado a variadas condiciones de malestar e, incluso, de frustración. Tema que sustentaremos sobre la base de las principales tesis de las relati- vamente recientes disciplinas de la Economía de la Felicidad y de la Psicoeconomía. Ya que la ciencia económica no posee una concepción adecuada de la Naturaleza Humana, al reducir a las personas a un inexistente Homo oeconomicus, ensayaremos una aproxima- ción que permita concebir una versión más realista de las personas. A ella le dedicaremos dos capítulos, en los que se expondrán marcos teóricos específicos sobre las necesidades axiológicas y las capacidades-realizaciones del Ser Humano, en el espíritu de Manfred Max-Neef y Amartya Sen, respectivamente (en los capítulos ii y iii). I n t r o d u c c I ó n 11 A partir de esos enfoques, se pueden establecer algunas de las principales condiciones y políticas para proponer y materializar un “desarrollo a escala humana”, materia del capítulo cuarto. De ahí que se requiera un sistema de Economía Política que esté en condiciones de responder efectivamente a las necesidades axiológicas y existenciales de las personas, en vez de procesarse a la inversa, impidiendo el desarrollo de las capacidades y realizaciones de la persona humana, de los grupos sociales y de las sociedades como un todo. El cuarto capítulo partirá de esos paradigmas para ensayar un bosquejo de lo que se conoce como “Desarrollo a Escala Humana”. El quinto capítulo fundamentará los motivos por los cuales las economías contemporá- neas de mercado se han convertido en “Sociedades de la Abundancia y el Desperdicio”, agravando el hecho de que las personas muestran una insatisfacción cada vez mayor con la vida que llevan. Este carácter botarate de nuestras formaciones sociales, no solo se refiere a las pérdidas remediables derivadas del derroche y subconsumo de bienes finales y de servicios como el agua y la energía. También abarca –materia del capítulo sexto– la sobreexplotación de los cada vez más escasos recursos naturales. Lo que explica el deterioro del medio ambiente y la pérdida de biodiversidad, en un planeta cada vez más estrecho, el que además tendrá que albergar alrededor de 9.000 millones de habitantes hacia el año 2050. Consideraremos las pérdidas remediables que se dan en ámbitos que van más allá de los del consumo final, como son el de la explotación de recursos, de su transformación y distribución, del uso del tiempo y de nuestra energía física y mental, etc. Las estrategias alternativas de desarrollo, considerando los márgenes estrechos del planeta y el malestar relativo de las personas, cubrirán los capítulos séptimo y octavo, en que se discutirán las características y posibilidades de llevar a cabo la transición de la actual eco- nomía del crecimiento económico a una que nos conduzca a un “Estado Estacionario” o, quizá, a uno del “Decrecimiento”. Lo que exigirá, como veremos en el capítulo noveno, un cambio relativamente radical de las formas de producción y de consumo, así como de las instituciones, valores y normas que predominan en las economías capitalistas de mercado. Ciertamente, de lo que se trata es de consumir de otro modo, no de dejar de consumir. Lo que, a su vez, implica otro modo de producir y de darle una dirección distinta tanto al proceso de acumulación del capital en la producción y a la distribución del ingreso y los activos, como al de la asignación de tiempos en el consumo, en el que los bienes públicos y los relacionales cubrirían un espacio creciente vis à vis los de carácter conspicuo. Es evidente que, como personas, estamos cada vez más al servicio de las fuerzas endóge- nas que mueven el sistema y del aparentemente inevitable y “racional” desenvolvimiento económico, cuando todos sabemos que la economía debería servir a las personas, en vez de dejarse servir por ellas. Lo que nos llevará a plantear algunos lineamientos que podrían J ü r g e n S c h u l d t 12 transformar nuestro sistema económico-político del despilfarro sustentado en la codicia y otras fuerzas endógenas a la dinámica económica, en uno que se desenvuelva en el marco del Buen Vivir a Escala Humana y Sostenible. El capítulo final (X), como consecuencia de lo antedicho, nos obligará a afrontar la necesidad de transformar las ciencias sociales desde sus fundamentos y, por supuesto, en especial la Economía. Algo que es inevitable si se opta por un camino de “desarrollo” que busca optimizar el uso de recursos y la satisfacción sinérgica de los seres humanos, considerando la fragilidad de la Naturaleza. De ahí que ese conjunto adicional de reflexiones versará, respectivamente, tanto sobre la cuestión de la reforma o hasta la refundación de la cien- cia económica, como, incluso, sobre la de desarrollar una ciencia social transdisciplinaria y unitaria, como la ha demandado Immanuel Wallerstein, coincidente con un paradigma alternativo de Desarrollo al actualmente vigente. Luego de las breves conclusiones tentativas, encontrará usted un apéndice que recoge la bibliografía utilizada para elaborar este texto y para quienes deseen profundizar en alguno de los fascinantes temas que del documento se derivan. Notas adicionales sobre los temas tratados pueden encontrarse en el blog del autor: . Lima, agosto del 2012. 13 i. ABUNDANCiA Y BiENESTAR SUBJETiVO “No society can be flourishing and happy, of which the far greater part of the members are poor and miserable”1. Adam Smith (1776/2006: 33). “[...] in the end, economics is not about wealth –it’s about the pursuit of happiness”. Paul Krugman (1998) En lo que va de la Historia, en ninguna época el ser humano ha gozado de una abundancia de bienes y servicios tan enorme como la generada durante el último medio siglo, gran parte de la cual puede atribuirse a las diversas revoluciones tecnológicas e institucionales procesadas por el ingenio humano durante los últimos milenios, pero especialmente a partir de finales del siglo XVIII y gracias a la Revolución Industrial. A pesar de ello, los seres humanos no parecen gozar de la felicidad y el bienestar subjetivo que pudiera esperarse en esas condiciones de prosperidad. La bonanza económica y el creciente malestar personal curiosamente van de la mano en las sociedades de mayor afluencia. Para entender esta aparente paradoja, recurriremos al campo de la Economía del Bienestar Subjetivo2, novedosa disciplina que ha venido esbozando imaginativos marcos teóricos y fructíferos estudios empíricos, en la esperanza de encontrar los factores que influyen, positiva o negativamente, sobre la satisfacción con el nivel de vida que llevan las personas y familias. 1 Nótese que aquí se hace referencia explícita al efecto de la “aversión a la inequidad”, que es parte de la Economía del Comportamiento. 2 Para los lectores interesados en este fascinante campo de estudio, les recomendamos: los libros de Frank (1999), Frey (2008), Frey y Stutzer (2002, 2007), Helliwell, Layard y Sachs (2012) y Layard (2005); la colección de ensayos editados por Bruni, Comim y Pugno (2008); y los artículos de Blanchflower y Oswald (2000), Easterlin (1995, 2001), Easterlin y Angelescu (2009), Ferrer-i-Carbonell (2002), Frey y Stutzer (2001), Graham y Pettinato (2002), Hagerty y Veenhoven (2003), Hirata (2003), Kenny (1999), Lane (2000b), Layard (2003), Max-Neef (1995), Michalos (1985), Ng (1978), Oswald (1997), Powdthavee (2007), Pugno (2005), Rojas (2003, 2009), Sacks, Stevenson y Wolfers (2010), Stutzer y Frey (2010), Thinlely (2004), OPHI (2011) y Veenhoven (1988, 1991); la mayoría de los cuales he usado en este texto y en Schuldt (2004: partes IV a VII). J ü r g e n S c h u l d t 14 Desde esa perspectiva, se vienen aplicando con buenos resultados ciertos conceptos e hipótesis de esa área de estudios, conocida también como Economía de la Felicidad; la que prácticamente se ha ido convirtiendo en una subdisciplina de la Ciencia Económica, como la Economía Fiscal, la Laboral, la Agraria, la Monetaria o similares. Por ejemplo, de ahí proviene una interesante tesis sobre la paradoja existente entre el crecimiento económico y el estancamiento del bienestar subjetivo de las personas y familias a partir de un cierto umbral de ingreso por habitante, la que no solo se ha verificado empíricamente para los países altamente desarrollados. Estos estudios generalmente se basan en los resultados de encuestas que se aplican periódicamente a las personas para detectar su bienestar subjetivo, el nivel de vida que llevan o la felicidad de que gozan; términos que general y despreocupadamente se asumen como sinónimos. La pregunta que los autores de la denominada Economía de la Felicidad o del Bienestar Subjetivo se plantean parte de la siguiente cuestión: ¿en qué medida existe una correla- ción positiva, o no, entre la evolución del ingreso por habitante y los niveles de bienestar subjetivo?3 Para unos, existe una relación positiva, que es coincidente con la teoría eco- nómica convencional, según el principio de acuerdo al cual “más es mejor” (aunque a tasas decrecientes): “Happiness is not a zero-sum game in income. Instead, average happiness can be increased with economic growth” (Hagerty y Veenhoven 2003). Para otros, los interesados en el estudio de la mencionada anomalía y en su verificación empírica, la relación no es tan sencilla, ya que: “[...] there is evidence suggesting that, for the whole society and in the long run money does not buy happiness, or at least not much” (Ng 1997: 1849)4. Sin duda, la respuesta a esta cuestión tan fundamental no es fácil, como veremos, por- que es una multiplicidad de factores y procesos la que interviene en la valorización del bienestar personal. 3 Como se desprende de los epígrafes del presente capítulo, así como hay quienes consideran que –a la larga– los aumentos en el ingreso contribuyen a aumentar el bienestar, también hay quienes tratan de demostrar lo contrario. Una versión reciente, contestataria, que intenta rebatir las tesis empíricas básicas de esos planteamientos, puede encontrarse en el artículo de Sacks, Stevenson y Wolfers (2010). Como tal, el tema aún es debatible, a pesar de los datos que presentaremos en el presente capítulo y que se inclinan a favor de la validez de la paradoja según los planteamientos del economista Ng (1978). 4 Con conocimiento de causa, los Beatles también lo sabían, según reza un pasaje de una de sus célebres canciones: “I don’t care too much for money, money can’t buy me love”. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 15 Una primera sección de este capítulo describirá algunos aspectos de la experiencia interna- cional, que será ilustrada a través de los paradigmáticos casos japonés y estadounidense, pero que parecería que puede generalizarse a todas las sociedades contemporáneas. Una segunda sección, bastante más extensa y detallada, explica las diversas hipótesis que se han presentado para explicar la aparente incongruencia. 1. LA PARADOJA EN PAÍSES DESARROLLADOS Diversos autores han demostrado que el bienestar o la felicidad del ciudadano promedio en los países desarrollados se ha mantenido relativamente constante a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas, habiendo incluso disminuido levemente en algunos casos, a pesar de los aumentos sustanciales en el producto y el ingreso reales por habitante. En efecto, la literatura empírica ha llegado a demostrar este curioso fenómeno que inten- taremos comenzar a entender en este capítulo, apoyados en las diversas hipótesis que circulan en la literatura especializada sobre el tema, que comenzó a debatirse a partir del célebre trabajo de Richard Easterlin (1974)5. Para comenzar, veamos hasta qué punto las personas y familias –que consumen cada vez más– logran satisfacer sus demandas y alcanzan elevados niveles de vida y de felicidad en este sistema económico. Como lo hemos expuesto detalladamente en otros textos (Schuldt 2004: capítulo IV; y 2006), a partir de un cierto umbral de ingreso no existiría relación causal alguna entre el crecimiento del PBI por habitante y la satisfacción con el nivel de vida que llevan las personas en los países “desarrollados”, como se puede observar en el gráfico 1.16. Esos diagramas ilustran las experiencias de los Estados Unidos y Japón, graficados en los paneles izquierdo y derecho, respectivamente7. 5 Por lo que a la hipótesis mencionada generalmente se la conoce como la “paradoja de Easterlin”. El estudio más reciente y completo sobre este tema ha sido publicado en un texto editado por John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs (2012). 6 Véase, asimismo, sobre la tesis del “umbral”, el libro de Smith y Max-Neef (2011: 145-8). 7 Una serie más completa de resultados, en términos del tiempo que cubre y los países que abarca, puede encontrarse en Easterlin y Angelescu (2009). J ü r g e n S c h u l d t 16 Gráfico 1.1 EVOLUCióN DEL PBi POR HABiTANTE Y DEL “BiENESTAR” EN LOS ESTADOS UNiDOS Y JAPóN8 En el caso de los Estados Unidos, entre 1946 y 19919, el producto per cápita real aumentó en dos veces y media, aproximadamente de US$ 10.000 a US$ 25.000; evolución bastante sostenida, a pesar de algunas crisis coyunturales relativamente críticas. En lo que concierte a las autopercepciones de “felicidad”, las fluctuaciones son bastante más notorias que en el caso japonés. Además, tenemos que el nivel mínimo de felicidad se alcanzó en 1965 y el máximo, en 1957, momento a partir del cual disminuyó, para volver a subir durante la segunda mitad de la década de 1960 y volverse a desplomar –ya definitivamente– desde mediados de la década de 1970. Es decir, a diferencia de los casos de otros países desarrollados, se observan sinuosidades relativamente significativas hasta 1973 (en que la divergencia máxima es de 0,3 puntos entre el índice mayor y el menor), momento a partir del cual el índice declina y se man- tiene constante en un nivel relativamente bajo a partir de ahí, ubicándose en torno a los 8 Fuentes: a. para el caso de los Estados Unidos: Layard (2003: 6); y b. para Japón: Frei y Stutzer (2001: 413; y 2002: 9). 9 Véase un gráfico similar en Layard (2003: 15), que abarca el período de 1946 a 1996, en que el porcentaje de los “muy felices” sube de 34% en 1946 a 43% en 1957, para bajar continuamente de ahí en adelante, hasta ubicarse en 33% durante la década de 1990. Sin duda, como consecuencia de la Gran Recesión, ese porcentaje debe haber caído aún más desde entonces. 30.000 25.000 20.000 15.000 10.000 5.000 0 2,8 2,6 2,4 2,2 2,0 1,8 PBI real por habitante PBI real por habitante Felicidad Satisfacción de vida Fe lic id ad p ro m ed io PB I r ea l p or h ab ita nt e en 1 99 6 U S$ 1945 1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990 Felicidad y producto por habitante en EE.UU, 1946-1991 “Satisfacción de vida” e ingreso per cápita en Japón, 1958-1991 15.000 12.000 9.000 6.000 3.000 0 1958 1962 1966 1970 1974 1978 1982 1986 1990 4,0 3,5 3,0 2,5 2,0 1,5 1,0 Fuente: Layard (2003: 6), quien recoge los datos de la “World Data Base of Happiness”, así como de la Oficina de Censos y de la Oficina de Análisis Económico del Departamento de Comercio de los EE.UU. Fuente: Frey y Stutzer (2001: 413 y 2002: 9). También en Hirata (2003: 32). PB I r ea l p or h ab ita nt e en 1 99 6 U S$ Sa tis fa cc ió n pr om ed io c on la v id a A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 17 2,2 puntos. Evidentemente, si en el gráfico hubiéramos utilizado la escala completa de 1 a 4 en la ordenada de la satisfacción, las fluctuaciones habrían resultado mucho menores, prácticamente equivalentes a las de los demás países. Bien lo reconoció entonces Tibor Scitovsky (1986) para el caso estadounidense: “[...] la prosperidad acelerada y sin precedentes ha dejado insatisfechos a sus beneficiarios”. A partir de una tabla similar, comparando el bienestar subjetivo entre los Estados Unidos y otros países, Robert Lane (2000b: 10) aventura el siguiente comentario: “In 1946 the United States was the happiest country among four advanced economies; in the late 1970s it ranked eight among eleven advanced countries; in the 1980s it ranked tenth among twenty-three nations, including many third world countries. It has been said, therefore, that the United States is not as happy as it is rich. Something has gone wrong. The economism that made Americans both rich and happy at one point in history is misleading them, is offering more money, which does not make them happy, instead of more companionship, which probably should”. De otra parte, obsérvese en el gráfico que el PBi real por habitante del Japón se quintuplicó entre 1958 y 1990, pero el nivel de “satisfacción de vida” prácticamente permaneció cons- tante en torno a un índice promedio de 2,7, observándose una leve tendencia a la baja en el largo plazo (en que la escala de medición del bienestar subjetivo va de un mínimo de 1 a un tope de 4 puntos). Evidentemente, se observan fluctuaciones coyunturales en el nivel de bienestar, las que en determinados años son bastante notorias, tanto hacia el alza como hacia la baja; como, por ejemplo, la drástica caída que fuera consecuencia del primer cho- que petrolero. Sin embargo, la tendencia de largo plazo es bastante nítida hacia la baja. Sin embargo, en términos absolutos, parece que los japoneses están más satisfechos con la vida que llevan que los estadounidenses, por lo menos para la serie que hemos observado. De estas y otras experiencias similares, Layard (2003: 14; n.c.) concluye pertinentemente que: “People in the West have got no happier in the last 50 years. They have become much richer, they work much less, they have longer holidays, they travel more, they live longer, and they are healthier. But they are no happier. This shocking fact should be the starting point for much of our social science”10. 10 En Europa, según el Eurobarometer (que se aplica desde inicios de la década de 1960), las únicas excepciones parecen ser las de Dinamarca e Italia, en que sí se ha verificado un aumento de la felicidad. Pero también existen estudios que demostrarían que, en general, sí existe una correlación positiva entre el crecimiento económico y la felicidad. Entre ellos destaca el de Hagerty y Veenhoven (2003). J ü r g e n S c h u l d t 18 En cambio, en la literatura especializada se ha postulado que en países de bajos ingresos como el nuestro, a medida que se incrementa el PBi, el ingreso personal disponible o el consumo privado por habitante en el transcurso de los años, se elevaría también el bien- estar. Recién a partir de un determinado nivel de ingreso el bienestar ya no aumentaría, lo que en la literatura especializada se conoce como la hipótesis del umbral (Max-Neef 1995; Smith y Max-Neef 2011). Veamos, sin embargo, más pausadamente cada una de las hipótesis que intentan explicar la paradoja que hemos observado empíricamente para los casos estadounidense y japonés. 1.2 HiPóTESiS VARiAS PARA ExPLiCAR LA PARADOJA Los diagramas presentados nos llevan a preguntarnos por las posibles causas y factores determinantes que permitirían entender las incongruencias existentes entre el crecimiento económico y otras variables con el bienestar subjetivo. El enfoque de los economistas a este respecto es, como sabemos, que “cuanto más, mejor”, según la teoría de las preferencias reveladas. Desde esta perspectiva, un mayor producto, más empleo, mayores ingresos y una más amplia y diferenciada canasta de consumo, sin duda, aumentarían el bienestar, aunque a una tasa decreciente11. En palabras de Tibor Scitovsky: “[...] un principio simple y aparentemente claro que resulta básico para gran parte del trabajo del economista; este principio establece que cuanto mayor sea nuestro ingreso, más podremos gastar, y cuanto más gastemos más satisfechos nos sentiremos [...] este principio forma parte importante del credo del economista” (1976/1986: 148; n.c.). Nótese, sin embargo, que –según las encuestas de bienestar subjetivo– ello coincide con aumentos en el ingreso en un determinado momento. No así, como lo hemos visto, a lo largo del ciclo de vida, en que el bienestar parecería mantenerse constante o tender a la baja, a pesar de los sostenidos y sustanciales aumentos en el ingreso. ¿Cómo explicar este misterioso fenómeno? A ese respecto, disponemos de una miríada de hipótesis que ha sido expuesta en la literatura especializada, para explicar ese sorprendente divorcio entre el crecimiento económico y la tríada satisfacción-bienestar-felicidad de las personas en los distintos 11 Como tal, por tanto, se trata de un “enfoque optimista” para fines de política, ya que –si fuera válido ese principio– determinadas medidas gubernamentales efectivamente podrían llevar –estimulando el crecimiento económico– a un aumento de la dupla bienestar-felicidad de las personas. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 19 países en que se ha estimado empíricamente esta relación. Este capítulo presentará las principales, aquellas que a nuestro entender son las que mejor se aproximan a un intento por “racionalizar” esa paradoja, varias de las cuales se interrelacionan y potencian en- tre sí. Más adelante, aspiraremos a integrarlas en torno a un marco bifocal sencillo, que permita contemplarlas desde un denominador común que facilite su comprensión desde sus diversos componentes. Algunas de esas teorías e hipótesis que provienen de economistas y psicólogos, así como algunas otras derivadas de distintas disciplinas o del sentido común y que nos parecen pertinentes, nos serán muy útiles más adelante. Recuerde que también tendremos que poder responder a este mismo interrogante para el caso peruano: ¿cómo explicar el hecho empírico de acuerdo con el cual la satisfacción subjetiva de los limeños se ha mantenido relativamente constante a lo largo del ciclo de vida12, independientemente de la evolución del PBI u otras variables económicas (o psicosociales y políticas)? Esta temática nos introduce a un campo complicado y controvertido. En este caso, para aproximarnos a una “medida” del bienestar de la gente, tenemos que considerar también, más allá de los ingresos monetarios de las personas, sus deseos, requerimientos, normas, satisfactores, necesidades, incentivos, expectativas y aspiraciones. Es decir, nos obliga a ingresar al delicado campo de lo psicosocial. Como es sabido, la gran mayoría de economistas asume que el bienestar depende de los logros alcanzados por la gente, sobre todo en el campo material, pero asimismo en dominios tales como la familia y la salud, las condiciones de trabajo y ciertos aspectos personales (estabilidad emocional, autodisciplina, estado civil, reconocimiento y prestigio, participación, amistades, etc.). Por añadidura, los economistas ortodoxos también asumen –y ahí radica uno de sus principales defectos– que, con relación a los consumidores: a. Sus preferencias estarían dadas y serían, a decir de algunos, “sacrosantas”; b. También serían soberanos y autónomos, es decir que sus decisiones serían independientes de los ingresos y patrones de consumo de sus “vecinos” y otros grupos de referencia13; 12 Tal como fuera planteada por Blanchflower y Oswald (2000); Easterlin (2001); Frey y Stutzer (2002); Kenny (1999); Layard (2003); entre muchos otros. Véase, para el caso peruano, Graham y Pettinato (2001), que también incluye el caso de Rusia) y Schuldt (2004). 13 Resulta complejo definir este concepto. Es claro que se refiere a las personas o a los grupos cuya influencia se limita al entorno inmediato del consumidor, tales como sus familiares, los miembros de su club, el lugar de trabajo o la vecindad, pero también puede extenderse a los hinchas de su equipo de fútbol o al partido político de su preferencia. Véanse los detalles en Solomon (2004: 366-76). J ü r g e n S c h u l d t 20 c. Su satisfacción sería función de su ingreso y consumo presente, independientemente de los niveles alcanzados en el pasado o de sus expectativas futuras; y d. Sus “necesidades” serían infinitas, por lo que los recursos disponibles siempre resultarán escasos. Los especialistas en la materia han ensayado una serie de explicaciones alternativas a la ortodoxa para entender la “paradoja de la felicidad”, que condensaremos a partir de una serie de enfoques teóricos que expondremos a continuación. Es importante tener pre- sente que ellos no necesariamente son excluyentes entre sí, por lo que el reto consiste precisamente en intentar conciliarlos, en tiempo y espacio. 1.2.1 Teoría absoluta: la hipótesis del “umbral de ingreso”14 Sobre la base de este planteamiento, se asegura que a niveles bajos de PBI o ingreso por habitante la satisfacción aumenta, si bien menos que proporcionalmente, como lo postulan también los economistas ortodoxos. Pero, y en esto estriba la novedad, añaden que a partir de un determinado nivel de ingreso por habitante de un país, el bienestar y la felicidad de las personas ya no aumenta. A partir de esa cota, solo lo hace insignificantemente o incluso disminuye como consecuencia de aumentos en el ingreso. Varios autores han estimado tentativamente ese umbral de ingreso, el que se ubicaría entre los US$ 10.000 (Frey y Stutzer 2002) y los US$ 15.000 (Layard 2003) anuales por habitante en los países desarrollados. Bien decía, por tanto, Denis Goulet (1999: 67), que: “Abundancia de bienes y plenitud de bienes no son sinónimos: uno puede tener mucho y ser mediocre o tener poco y ser rico”. Entre otros muchos factores, esto se debería al hecho de que, dados sus altos ingresos, ya han cubierto sus “necesidades básicas” de alimentación, vivienda, educación, salud, etc. Más allá de ese límite, por tanto, los aumentos de ingresos ya no contribuirían signi- ficativamente al bienestar de la gente (Kasser 200215). En esa misma línea, Manfred Max- Neef (1995) habla de la “hipótesis del umbral” del PBI por habitante, a partir del cual “la 14 Postulan este enfoque autores tan variados como Veenhoven (1988, 1991), Max-Neef (1995) y Frank (1997), entre otros. Varios experimentos detallados sobre este fenómeno pueden encontrarse en el libro de Ariely (2010: capítulos 6 y 7). Un cuestionamiento radical de estos planteamientos puede encontrarse en la denominada corriente de Psicología Positiva (Seligman 2003). 15 Por lo demás, este autor demuestra que las personas cuyos valores y normas se centran en la acumulación de bienes materiales, afrontan una probabilidad relativamente mayor de ser infelices (están más sujetos a depresión, ansiedad y baja autoestima), independientemente de su edad, sexo, ingreso o cultura. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 21 calidad de vida puede comenzar a deteriorarse” (1995: 117). De ahí que, aunque desde otra perspectiva, Robert Lane (2000a: 7; n.c.) nos proponga que: “la forma de incrementar el bienestar subjetivo en los Estados Unidos y probablemente en todas las sociedades occidentales consiste en moverse del énfasis en el dinero y el crecimiento económico hacia un énfasis en el compañerismo. Por supuesto que la gente necesita y desea tanto recursos materiales como compañerismo, pero las necesidades varían con las ofertas relativas de estos dos bienes. En sociedades ricas, para la gente que está por encima de la línea de pobreza, más dinero –en comparación con la amistad y la estima comunitaria, una esposa amada y niños afectuosos– más temprano que tarde pierde su poder para hacer feliz a la gente”. 1.2.2 La hipótesis de la “adaptación hedónica”16 Este es uno de los planteamientos clásicos de los psicólogos (Brickman, Coates y Janoff- Bulman, 1978; Clark et al. 2008; Diener 2003; Diener et al. 1999; Rabin 2001), quienes postulan que la gente se va acostumbrando a sus niveles de ingreso y de vida cada vez más elevado (o cada vez menor), con lo que a la larga sus grados de satisfacción no tienden a cambiar significativamente en el tiempo17, excepto en el caso del desempleo (Clark et al. 2008; Miller 2009: capítulo 10). Este enfoque de la configuración de hábitos es más conocido como el de la “adaptación hedonística”18. En este, el “punto de partida” de un determinado nivel de felicidad vendría determinado por la genética y la personalidad del individuo en cuestión. Quienes postulan esta tesis afirman que –en última instancia– las personas se adaptan a todo evento, que puede haber sido agradable o desagradable, pero que después de un determinado tiempo regresan a su nivel “original” o consuetudinario de bienestar. Así, por ejemplo, un divorcio, la pérdida del empleo, la encarcelación, la discapacidad repen- tina y demás eventos negativos se sufren por un lapso de tiempo, baja el nivel de felicidad, pero a la larga siempre se regresaría al punto de partida que se había alcanzado antes de producirse esa experiencia negativa19. A esto se le denomina “adaptación hedónica 16 Una asequible y a la vez profunda introducción a este enfoque, puede consultarse en el trabajo de Frederick y Loewenstein (1999). 17 Varios autores se centran en el grado de las capacidades emocionales de las personas para adaptarse a sucesos favorables o desfavorables, con lo que quienes poseen las mayores condiciones de adaptación serán más felices, incluso en niveles bajos de ingreso. ¿Es el hombre “un animal de costumbre”? Parecería afirmativa la respuesta desde la perspectiva de este enfoque. 18 También se le conoce como setpoint theory o teoría del punto de partida. 19 Evidentemente, estos autores reconocen algunas excepciones, tales como las enfermedades degenerativas (p. ej., la artritis reumatoide crónica o la esclerosis múltiple). J ü r g e n S c h u l d t 22 completa”. Ciertamente, los tiempos varían según cada caso; v. gr., uno se “recuperaría” de la viudez después de ocho a diez años (y de un accidente grave en varios años menos), según las investigaciones realizadas. Algo similar se aplicaría a los eventos positivos, en los que el “ganador” regresaría a su “estado original” de bienestar subjetivo después de seis a doce meses o en un par de años, según el evento específico experimentado, como hemos visto cuando analizamos el efecto de haber ganado una lotería (Brickman, Coates y Janoff-Bulman 1978). De lo que concluyen que tampoco se puede hacer algo para incrementar su felicidad20, excepto “consultar a un psicólogo” (Easterlin 2003: 2). Con lo que, evidentemente, esta ‘“teoría” lleva a una actitud “nihilista” en el campo de las políticas económicas y sociales, ya que aparentemente no tendría sentido hacer algo por los “damnificados”, porque tarde o temprano regresarían “al mismo sitio”. En el gráfico 1.2 se ilustra este paradigma, donde el tiempo se grafica en la abscisa y el nivel de “felicidad” (o bienestar subjetivo), en la ordenada. En estos enfoques, se supone que, como consecuencia de factores genéticos y de personalidad, el nivel de felicidad de una determinada persona a lo largo del tiempo es fijo y se ubica en un nivel de F1, desde el origen hasta el momento t1. En ese instante, sucede algún evento que afecta negativa- mente a la persona (divorcio, accidente, infarto, pérdida del empleo, etc.), con lo que el nivel de bienestar cae de F1 a F2 (pasando del punto A al B). Con el tiempo, sin embargo, la persona va recuperando su bienestar subjetivo original (F1), digamos en t2 (en que, obviamente, el tiempo que transcurre entre t1 y t2 –hasta llegar al punto C– puede durar semanas, meses o años, según el origen, características y gravedad del problema), donde se mantiene hasta que no tenga un nuevo percance. Igualmente, para eventos positivos que incrementan su felicidad (ganar la lotería, casarse, someterse a cirugía plástica exitosa o similares), inicialmente la curva salta hacia arriba, para ir deca- yendo con el tiempo hasta regresar al nivel F1. A este proceso se le denomina “adaptación hedónica perfecta”, porque en cada oportunidad el nivel de bienestar regresa a su nivel original o de base. Lo que coincidiría con el dicho popular de acuerdo al cual el tiempo parecería curar todas las heridas. 20 En comparación con el enfoque “optimista” de la sección anterior, estaríamos frente a uno “pesimista”, en el que las políticas gubernamentales no ejercerían un impacto indeleble sobre el bienestar de la gente. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 23 Gráfico 1.2 AdAPtAcióN hEdóNicA PErfEctA (fA) E imPErfEctA (fB) A este respecto, se han realizado varios experimentos que efectivamente confirman la hipótesis de la adaptación hedónica, como aquel en el que se estudió el nivel de bien- estar de quienes ganaron una gran lotería y ¡al cabo de seis meses habían regresado a sus niveles acostumbrados de felicidad! (Frederick y Lowenstein 1999)21. De manera que, permanentemente, la gente se acostumbra al nivel de vida que lleva y adapta sus patrones de consumo y de comportamiento a sus niveles de ingreso monetario22, si bien con un 21 Véase Brickman et al. (1978) y los comentarios de Rabin (1998: 40). 22 Dentro de este enfoque, habría que diferenciar entre dos grupos, dentro de los que curiosamente predominan los primeros (básicamente psicólogos): uno está conformado por los que consideran que hay una adaptación hedónica perfecta, es decir, se llega al mismo sitio (en términos del estado de ánimo) luego de un choque externo (positivo o negativo); y el segundo, integrado por quienes dicen que la adaptación hedónica no es perfecta y que nunca se recupera (o solo en el muy largo plazo) la satisfacción previa a un choque externo negativo (p. ej., la viudez, un grave accidente automovilístico) o positivo (lotería, matrimonio). F La hipótesis de la “adaptación hedónica” F 1 F A F B A C F 3 F 2 t 1 t 2 t 3 t 0 B D J ü r g e n S c h u l d t 24 retraso y, se entiende, dentro de ciertos límites de tolerancia. Este enfoque se centra en las capacidades emocionales de las personas para adaptarse a sucesos negativos (viudez, accidente, cárcel) o positivos (promoción, lotería, matrimonio), con lo que –en la práctica– los individuos que poseen mayores capacidades de adaptación también serían más felices, incluso en niveles de ingreso muy bajos. A partir de tales constataciones, Amartya Sen (1985b) ha llamado la atención sobre el hecho de que, de cumplirse esta hipótesis, las mediciones del bienestar subjetivo no serían muy adecuadas, ya que “el fenómeno psicológico de la adaptación induciría a los individuos a estar contentos con su estado material corriente (Pugno 2005: 6), con lo que la autoevaluación de su felicidad se mantendría relativamente constante a lo largo del tiempo y, potencialmente, estaría subvaluada en el mediano y largo plazo. Sin embargo, otros autores que –en principio– comparten este enfoque, estiman que, basados en los estudios disponibles, nunca se da la “adaptación perfecta”, sino que ella siempre es incompleta, proceso que parece más realista; lo que ilustran para los casos del ruido, del deterioro de la salud y demás factores o eventos negativos (o positivos). Además, en relación con el estado civil de las personas, llegan a la conclusión de que, en promedio siempre son más felices los casados que los solteros, y estos respecto de los separados o viudos. Sobre la base de otros estudios, Easterlin opina que generalmente la adaptación es imperfecta, de manera que no se recupera el nivel de felicidad original; como sucedería después de eventos positivos o negativos, como un divorcio, una paraplejia o similares23. En ese caso, la trayectoria de la curva seguiría una pauta similar al curso marcado por FB, en donde la felicidad se recupera lentamente, pero como la persona “se queda marcada de por vida, para mal”, no recupera el nivel inicial de felicidad, sino uno de un nivel algo inferior (que podría darse a la altura de F3, según el gráfico). En el Perú, acostumbrados a resignarnos prácticamente en todos los campos, es muy probable que este efecto haya ejercido un papel importante, agravado por el hecho de que gran parte de la población no tiene “voz” (en el sentido de Hirschman 1970), no está acostumbrada a reclamar por aquello a lo que tiene derecho y/o se resigna a su malha- dada situación. 23 Personalmente, creo que también podría plantearse una hipótesis alternativa (y que cuestiona lo señalado por los defensores de la “adaptación hedónica”), de acuerdo con la cual el nivel de felicidad, después de ese u otro evento negativo (o traumático), en algún momento posterior, podría rebasar el nivel original de bienestar, “ya que quien no conoce la infelicidad no sabe lo que es ser feliz o no valora ese estado o proceso”. Es decir, “solo el sufrimiento y la pena, por un tiempo, permite valorar la vida”. A pesar de tratarse de un planteamiento de sentido común, no hemos encontrado planteamientos teóricos o estudios empíricos al respecto. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 25 De manera que, en resumen, la gente comienza a acostumbrarse a su nivel consuetudinario de vida y surge lo que los psicólogos denominan “adaptación hedónica”, la que puede ser completa o incompleta, plena o parcial, como hemos dicho. Es decir, la persona primero gozaría de lo que consume, pero luego tendería a “cansarse”, a “aburrirse” o a “saciarse”24, con lo que –con el tiempo– se mantendría o caería su nivel de bienestar, dado su nivel de ingreso. Nótese que, en este caso, ello sucede aunque no cambien sus aspiraciones25. Este fenómeno de la adaptación completa o parcial de las personas a sus nuevas condiciones de vida llama poderosamente la atención, ya que todas quisieran ganarse la lotería –en la expectativa de ser más feliz– o, en caso contrario, desearían evitar todo tipo de accidente –en la esperanza de no ser infeliz–; sin embargo, parecería que, después de un tiempo, en ambos casos el individuo regresa a su línea de base de satisfacción o bienestar subjetivo. Sin embargo, aún no tenemos una explicación definitiva de este curioso fenómeno de la “adaptación” a eventos muy positivos o a otros muy negativos. ¿Cómo entender tan curioso proceso? Cartwright (2011: cap. 10, 399 y ss.) sugiere cuatro efectos que contribuyen a la “adaptación” –es decir, el retorno pleno o parcial a la “línea- base de satisfacción”– luego de un evento que reduce o aumenta inicialmente el bienestar subjetivo de las personas26. Un primer mecanismo es el “reajuste” del modo de vida de quien experimenta un su- ceso trágico o negativo, lo que logra dedicándose a otras actividades que le dan plenitud a su vida. Un segundo proceso es el de “adaptación” a su modo de vida: quien se ganó la lotería se acostumbra a comprar cosas caras y la víctima de un accidente, a estar en su silla de ruedas; lo que implica un cambio en su marco de referencia y/o en su función de utilidad. Las otras dos explicaciones se refieren a la satisfacción autopercibida de las personas luego del suceso. Uno de ellos es el “efecto contraste”, de acuerdo al cual un evento extremamente bueno o malo modifica la escala con base en la cual se evalúan eventos futuros. Finalmente, se procesaría lo que se llama un “molino aspiracional”, 24 Esto se da fundamentalmente con los denominados “bienes de confort” (Scitovsky 1976/1986), no así con los denominados “bienes culturales” (el arte, la ciencia, etc.). Con mayor precisión, estos bienes se pueden subdividir, respectivamente, en “posicionales” y “no posicionales”, según autores como Frank, Hirsch y Ng (véanse sus contribuciones en el anexo bibliográfico). 25 Adviértase que este fenómeno no es el mismo que el más conocido por los economistas como principio de la utilidad marginal decreciente del dinero (aumento menos que proporcional de la “utilidad” a medida que aumenta el ingreso), ni tampoco que la propensión marginal al consumo decreciente (aumento menos que proporcional del consumo como consecuencia de aumentos en el ingreso). 26 El autor nos dice que “la adaptación es una posibilidad fascinante porque implica que la felicidad retornará a la línea de base luego de una experiencia vital buena o mala” (2011: 400). J ü r g e n S c h u l d t 26 con base en el cual las personas ajustan sus aspiraciones a los niveles de satisfacción que experimentan normalmente. 1.2.3 teoría relativa: la hipótesis de las expectativas y la del ingreso relativo en el espacio social27 El enfoque de la relatividad de las expectativas en el tiempo es relativamente obvio, pero de gran relevancia práctica, ya que postula que las personas comparan constantemente sus ingresos actuales con sus ingresos del pasado28 y sus expectativas de ingreso a futuro. Es decir, las personas no se limitan a colegir su bienestar subjetivo actual solo a partir de su ingreso (o consumo) absoluto momentáneo, sino que esperan que este sea cada vez mayor, lo que no siempre es posible, por lo que su bienestar podría mantenerse constante o incluso disminuir. En parte, esa expectativa de ingresos crecientes podría ser resultado también de la “adaptación hedónica”, que –como la droga– nos lleva a intentar acceder a cada vez más y mejores bienes de consumo y activos de diversa índole. De otra parte, un elemento adicional por tomar en cuenta deriva de constatar que –ya que vivimos en sociedad– las personas y familias acostumbran comparar sus patrones de consumo o niveles de gasto con ciertos “grupos de referencia”, sea con el de los vecinos, sea con el de los estratos más privilegiados. Con lo que –a pesar de haber aumentado sus ingresos– se pueden sentir menos, sea porque los de los demás –con los que se comparan– pueden haber aumentado más sus niveles de consumo, sea porque a quienes emulan siguen teniendo un nivel de vida muy superior, sea porque en la nueva situación comienzan a compararse con estratos de ingreso aun mayores. Algo que ya comentaba Karl Marx a mediados del siglo XIX: “Sea grande o pequeña una casa, mientras las que la rodean son pequeñas, cumple todas las exigencias sociales de una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en choza. La casa pequeña indica ahora que su morador no debe tener exigencias, o debe tenerlas muy reducidas; y por mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes” (1844/1972: 80). 27 Los más conspicuos defensores de este enfoque, entre muchos otros, son: Duesenberry (1949), Easterlin (1974), Ng (1978) y Layard (2003). 28 Lo que nos obligaría a introducir, en los análisis y funciones de utilidad, los niveles habituales de ingreso y consumo (Rabin 1998). A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 27 Según los autores que comparten este enfoque, el efecto que los aumentos de ingresos ejercen sobre el bienestar subjetivo depende de la ubicación de las personas en el “espacio social”. En ese entendido, las personas permanentemente realizan comparaciones con la riqueza (activos) y el ingreso (o consumo) de sus “grupos de referencia”, que pueden ser los vecinos y/o los estratos de altos ingresos, cuyos patrones de consumo desearían poder cubrir29. Con lo que, se supone, la “utilidad” que derivamos de los bienes que poseemos depende parcialmente de las cantidades y/o calidades de bienes que poseen “otros”, los denominados “grupos de referencia”30. Se trata, por tanto, de mercancías que están sujetas al escrutinio público31. En ese proceso, a medida que las personas de un estrato determinado ascienden en la escala social –al aumentar sus ingresos, la ubicación de su vivienda, el automóvil que conducen, etc.–, se comparan con los hábitos de consumo de nuevos estratos, que tienen patrones de vida aun superiores, por lo que nuevamente la comparación social lleva a “desilusionarlos relativamente” respecto de su nivel de vida. Marx ya había reconocido este fenómeno cuando decía en 1844 que: “Un aumento sensible del salario presupone un crecimiento veloz del capital productivo, provoca un desarrollo no menos veloz de riquezas, de lujo, de necesidades y goces sociales. Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aumentado, la satisfacción social que producen es ahora menor, comparada con los goces mayores del capitalista, inasequibles para el obrero, y comparada con el nivel de desarrollo de la sociedad en general. Nuestras necesidades y nuestros goces tienen su fuente en la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella, y no por los objetos con los que los satisfacemos. Y como tienen carácter social, son simplemente relativos” (1844/1972: tomo I, 80). Aquí es conveniente diferenciar entre lo que varios autores (Frank 1985, Hirsch 1976, Ng 1978) denominan bienes posicionales y no posicionales, en que la interdependencia social solo se aplica a los primeros, en tanto son accesibles a uno o más de nuestros cinco sentidos, especialmente porque son sensibles al olfato o la vista de otros (automóviles, ropa, perfumes, obras de arte, caballos de paso, casas de playa, etc.). Los segundos (bienes 29 En el nivel microeconómico, esta interdependencia de las preferencias de las personas ha sido planteada por Harvey Leibenstein (1950), quien ha llamado la atención sobre los bienes “bandwagon” o ciempiés (que la gente consume porque otros los consumen, por efecto imitación) y los bienes “snob” (que la gente solo consume si les dan estatus, y pocos los consumen, con lo que se refieren básicamente a bienes de lujo destinados a los estratos de altos ingresos). 30 Según Pigou, John Stuart Mill habría dicho que “los hombres no aspiran a ser ricos, sino a ser más ricos que otros hombres” (Graham y Pettinato 2001). 31 En el sentido de que se pueden ver o sobre las que existe información fácilmente accesible o que se divulga por diversos medios, especialmente por las revistas, la TV u otros medios de comunicación masiva. J ü r g e n S c h u l d t 28 “íntimos”32, tales como hojas de afeitar o dentífricos, alfombras o pisos de dormitorio, etc.) no son influidos por este efecto porque no es posible establecer comparaciones interpersonales, intragrupales o socio-públicas a partir de ellos33. Este fenómeno ha sido captado intuitivamente por muchos autores, comenzando con la clásica contribución de Thorstein Veblen (1899). Irving Fisher, por su parte, denominaba “rivalidad social” o “carrera social” a ese mismo proceso34: “As John Rae has pointed out, there exists a species of subtle competition in private expenditure, due to social rivalry – the desire for distinction through wealth. It has frequently been remarked among ladies’ social clubs which begin with simple entertainments, that each successive hostess attempts, almost unconsciously, to surpass her predecessor in the entertainment offered. [...] on a larger scale, there is laid a heavy burden upon us all through the social rivalry of individuals. [...] we find that social racing has gradually resulted in setting a pace which only the most wealthy can keep up, and that even for them expenditure represents cost rather than satisfaction. This cost often takes the form of producing fictitious values on articles merely because they are ‘exclusive’” (1907: 25). 32 Sabemos que estos también cambian con los tiempos. Antes, la ropa interior, p. ej., era un bien íntimo; hoy en día ya no lo es, pues se busca mostrarla (siquiera parte de ella, especialmente si tiene una marca especial). Evidentemente, las empresas intentan, cada vez con mayor ímpetu, convertir los bienes no posicionales o íntimos en bienes posicionales o “públicamente comparables”. La otra táctica radica en ligar el uso de ciertos bienes que, en principio, no son posicionales, con “dones” especiales que adquiere el que los usa: por ejemplo, imbuiría de una masculinidad auténtica –que atrae a las más bellas mujeres– a quien utilice ciertas hojas de afeitar (en contraposición, ciertos grupos de jóvenes buscan todo lo contrario: no se afeitan sino una vez a la semana, alcanzando aparentemente el mismo fin). David Riesman (1950) ha relatado magistralmente las personalidades “exodirigidas” (cuyas “antenas” siempre están dirigidas hacia afuera para impresionar a los demás), diferenciándolas de las “endodirigidas” (que buscan valores por iniciativa e intereses propios). 33 Lo interesante es que cada vez más bienes se convierten en “posicionales” y “visibles”, incluida la ropa interior, algo inconcebible hace algunas décadas. No es raro observar jóvenes que visten jeans por debajo de la cintura, desde donde se observan los bordes (bordados o coloridos) de los calzones o calzoncillos. 34 En su clásico ensayo sobre la libertad (1859), John Stuart Mill (en Cohen 1961: 270) denominaba a este fenómeno “el deseo de ascender”: “Improvements of communication promote it (and the) increase of commerce and manufactures promotes it, by diffusing more widely the advantage of easy circumstances, and opening all objects of ambition, even the highest, to general competition, whereby the desire of rising becomes no longer the character of a particular class, but of all classes”. Mill se percató ya entonces de que ese proceso era negativo en un sentido muy especial, el referido a la “hostilidad frente a la individualidad” y al hecho de que ese proceso tenderá a “to raise the low and to lower the high”, uniformando y alienando a la ciudadanía (Cohen 1961: 269). A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 29 Pero fueron James Duesenberry (1949)35 y Harvey Leibenstein (1950) quienes lo introdu- jeron formalmente al análisis económico; el primero, a través de su famoso estudio sobre el ahorro y el consumo, del que dedujo el “efecto demostración”36; y el segundo, a partir de su teoría microeconómica de la demanda de bienes “bandwagon” y “snob”. Aunque posteriormente ha sido desarrollado, no se ha incorporado aún al análisis eco- nómico con la contundencia que se merece, a pesar de su creciente importancia en las sociedades contemporáneas, desarrolladas37 y subdesarrolladas: “Vance Packard tocó una fibra sensible cuando describió a los Estados Unidos como una nación de buscadores competitivos de estatus. Parece ser que muchos americanos pasan toda su vida intentando ascender cada vez más alto en la pirámide social simplemente para impresionar a los demás. Se diría que estamos más interesados en trabajar para conseguir que la gente nos admire por nuestra riqueza que en la misma riqueza, que muy a menudo no consiste sino en baratijas de cromo y objetos onerosos o inútiles. Es asombroso el esfuerzo que las gentes están dispuestas a realizar para obtener lo que Thorstein Veblen describió como la emoción vicaria de ser confundidas con miembros de una clase que no tiene que trabajar. Las mordaces expresiones de Veblen referidas al ‘consumo conspicuo’ y al ‘despilfarro conspicuo’ recogen con exactitud un sentido del deseo especialmente intenso de no ser menos que los vecinos que se oculta tras las incesantes alteraciones cosméticas en las industrias de la automoción, de los electrodomésticos y de las prendas de vestir” (Harris 1999: 105-6; n.c.)38. La evidencia empírica recogida en países desarrollados parece confirmar, en efecto, la hipótesis de que el ingreso relativo es más importante que el ingreso absoluto como determinante de los niveles personales de satisfacción psicológica39. 35 Su contribución a la teoría macroeconómica del consumo personal radica, precisamente, en postular la importancia del ingreso relativo como determinante de aquel, en contraposición con las funciones consumo de Keynes (ingreso absoluto), de Modigliani-Brumberg (ciclo de vida) y de Friedman (ingreso permanente). 36 Poco después, Ragnar Nurkse (1953/1963) adoptó ese enfoque de “demostración” a países subdesarrollados e incluso lo aplicó al nivel de la imitación a nivel internacional. Es decir, cuando los potenciales consumidores entran en contacto con bienes o esquemas de gasto superiores, pueden sentir cierta tentación a copiar estos esquemas, con lo que su propensión a consumir aumenta, tema que también trató Nurkse, quien incluso lo amplió a nivel internacional, contemplando la imitación de patrones de consumo de países desarrollados. 37 El texto de Jeffrey H. Rohlfs (2003) versa sobre los bienes bandwagon en las industrias de “alta tecnología”. Véase también el estudio específico, aplicado al Perú y que va en esa línea, referido a los teléfonos Blackberry (Rafael Díaz y Manuel Ferreyra 2011). 38 Un cuestionamiento interesante a la teoría vebleriana del consumo conspicuo puede encontrarse en el texto de Colin Campbell (1995). 39 La literatura disponible sobre este tema es muy voluminosa. Recomendamos especialmente los textos de: Ferrer-i-Carbonell (2002) y Graham y Pettinato (2001). J ü r g e n S c h u l d t 30 Es sabido que, en un momento del tiempo, la gente compara su canasta de consumo con la de otras personas o grupos referenciales, generalmente de su mismo estrato de ingre- so o del inmediatamente superior. En ese proceder, ambicionan consumir lo que ellos y, efectivamente, a medida que aumentan sus ingresos acceden a las canastas apetecidas. Pero una vez que las cubren, vuelven a surgir canastas más exigentes, en una rueda que no parece tener fin... lo que los anglosajones denominan “hedonic treadmill” (molino infernal40). Como consecuencia de este “efecto demostración”, como lo denominara Duesenberry (1949), las personas asignan un monto desproporcionado de tiempo y dinero para comprar y consumir bienes posicionales o de confort, en relación con la consecución de bienes no posicionales o culturales (y, por tanto, con el logro de objetivos no pecuniarios). Y, en ese proceso, no se dan cuenta de que –a medida que aumentan sus ingresos– cambian también sus aspiraciones (véase la sección siguiente), con lo que podría generarse un determinado nivel de frustración41. Por lo que, si la elasticidad entre el aumento de las aspiraciones y el de los beneficios económicos es unitaria, el nivel de bienestar-felicidad se mantendría constante. Evidentemente, si esa elasticidad fuese mayor de 1, que es lo común, la felicidad y el bienestar caerían, ya que las “necesidades” crecen más que los ingresos monetarios; así como, a la inversa, si la elasticidad fuese menor que la unidad (lo que es muy raro, a no ser que uno sea muy raro o tenga –para bien– una personalidad “introyectiva”). Contribuye a agravar ese proceso, el hecho de que las personas –sobre todo, por intermedio de los “mensajes” que divulga la TV42– están expuestas, cada vez más, tanto a la publici- dad de bienes y servicios como a las películas foráneas, que contienen los consiguientes patrones de consumo de las capas medias de los países desarrollados, con lo que las aspiraciones tienden a crecer cada vez más43, proceso que corresponde al enfoque que consideraremos a continuación. 40 Esta terminología tiene su origen en Karl Polanyi (1944), quien plantea un lúcido análisis detallado y profundo de lo que denomina “molino satánico” (parte II-I, 59-185). 41 Nótese, sin embargo, que si bien esta es una interesante hipótesis, generalmente se le contrapone la falacia de Tullock (1991), de acuerdo a la cual “si todos tienen dolor de muelas, eso realmente no duele”. 42 En Lima Metropolitana, un 93% de las familias posee un televisor (por estratos: 100% en el A; 97% en el B y en el C; 94% en el D; y 82% en el E. Véase Apoyo (2004: 39). Curiosamente, solo 83% posee radio. 43 Añádase a ello las “nuevas” técnicas de márketing y las aparentes facilidades de crédito al consumidor, que se ofrecen en los grandes centros comerciales a los que acceden los sectores populares (proliferación de tarjetas de crédito; pagos mensuales pequeños para compras grandes, intereses leoninos, etc.), y se tendrá un panorama completo de la “felicidad” de que gozan en el corto plazo y la pesadilla que significa amortizar las deudas acumuladas imperceptiblemente. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 31 Y, de donde se tiene también que “en relación con la política económica, reducir la infla- ción y el desempleo aumenta la felicidad, pero la búsqueda de altas tasas de crecimiento económico es cuestionable” (Easterlin 2003: 21), precisamente por este efecto ingreso- relativo. El problema que surge por este fenómeno es que la gente demanda cada vez más bienes de consumo conspicuo –es decir, “compran estatus social”– y descuida compras más importantes y hasta esenciales, tales como las ligadas a la salud, la alimentación y la educación básicas44. En consecuencia, se requeriría diseñar políticas para la educación y la configuración de preferencias más informadas (Scitovsky 1976/1986, Layard 1980), con el propósito de evitar este sobreconsumo conspicuo. Aunque otros autores señalan que es precisamente esto lo que permite la supervivencia del capitalismo, lo que desafortunadamente tampoco es tan descabellado. Desde esa perspectiva, sería conveniente fomentar45 el consumo de bienes no posicionales, más que de los propiamente posicionales, que contribuirían menos al bienestar de la gente. Asimismo, el mayor requerimiento de bienes posicionales (por lo que algunos economistas proponen que se les ponga un impuesto adicional) lleva a más horas de trabajo, con lo que contradictoriamente disminuye uno de los “bienes” que debería ser de los más valorados por el ser humano: el ocio. 1.2.4 La hipótesis de las aspiraciones crecientes Generalmente, los economistas tampoco consideran la influencia que ejercen las cam- biantes aspiraciones de las personas sobre su bienestar, tema que consideraremos a continuación y que debe distinguirse nítidamente de las preferencias socialmente interdependientes que acabamos de ver, aunque sin duda ambos planteamientos están emparentados y se potencian entre sí. La tesis de Easterlin (2003: 16) es que a medida que aumentan los ingresos, aumentan también las aspiraciones, con lo que el bienestar no se modificaría a lo largo del tiempo: 44 Efectivamente, para el caso de los Estados Unidos, Robert Reich (2010) anota que resulta muy difícil para la gente ahorrar cuando las familias a su alrededor gastan a manos llenas. Así, por ejemplo, en un país pobre, un esposo “demuestra que ama a su señora” entregando una rosa; mientras, en países ricos tiene que –influido por los bouquets extravagantes de los más adinerados– entregar media docena. Como consecuencia de la visualización de los matrimonios de los millonarios, a través de los medios, resulta que el costo de un matrimonio, que ascendía a US$ 11.000 en 1980, en el 2007 llegó a alcanzar unos US$ 28.000 (en dólares constantes). Ligado a ello, en los Estados Unidos se estima que duermen un promedio de dos horas menos por noche de lo que lo hacían sus padres en la década de 1960; a lo que se añade que en el año 2007 las familias gastaron US$ 23.900 millones en medicinas para dormir. 45 Evitando, ciertamente, los peligros que podría contraer la intervención estatal en esta materia. J ü r g e n S c h u l d t 32 “[...] las aspiraciones materiales aumentan al mismo ritmo que las posesiones materiales, y cuanto mayor sea ese incremento de las posesiones, mayor será también el incremento de los deseos. Es este cambio diferencial de las aspiraciones, correspondiente al cambio diferencial en el ingreso, lo que explica la constancia de la felicidad a lo largo del ciclo de vida” (n.c.)46. De manera que, si bien mayores niveles de ingreso y de consumo generan una mayor satisfacción temporal, al poco tiempo –a ese nuevo nivel más alto– tendrán también mayores “deseos y necesidades”, parte de lo que antaño se denominaba “explosión de expectativas”47. Ese proceso va paralelo al anteriormente analizado efecto adaptación hedonística (o de satisfacción relativa). En la medida en que las “necesidades” son infinitas, el ingreso también podría crecer ad infinitum sin que los niveles de satisfacción cambien para bien. En tal sentido, el “más es mejor” –que postulan generalmente los economistas– no se cumpliría necesariamente. Una vez que se toman en cuenta las aspiraciones de las personas, muy bien puede ser que aumente el ingreso personal disponible o el consumo privado per cápita, pero si las expectativas y los deseos de la gente lo hacen a una tasa mayor, el “bienestar psicológico” de la gente se deteriora48. Marx ya había comentado este efecto y el de “demostración”, cuando señalaba: 46 A lo que añade, muy significativamente, que “a lo largo del ciclo de vida casi nadie –nunca más de 7 personas de 100– piensa que posee mucho dinero” (Easterlin 2003: 17). Para mayores detalles, véanse varios otros trabajos de Easterlin (1995, 2001). 47 Por dar algunos ejemplos: cuarenta años atrás, el desodorante o el champú eran “lujos” y poco después se convirtieron en bienes absolutamente necesarios; hace treinta años, un televisor a color también lo era, y hoy es una “necesidad”; hace cinco años, un teléfono celular lo era (y ahora es un bien “bandwagon”); y así sucesivamente. Evidentemente, como hemos visto, dependiendo del estrato socioeconómico al que uno pertenezca, la conversión de bienes de lujo en esenciales también varía a medida que aumentan los ingresos y se escala en la pirámide de motivaciones y deseos, según las teorías de maslow (1968) o de las preferencias lexicográficas (Lancaster 1966, Figueroa 1996: capítulo 6). Estas “teorías” postulan que la gente satisface primero sus “necesidades primarias”, en niveles bajos de ingreso. A medida que estos aumentan, van cubriendo “necesidades secundarias” y otras cada vez más sofisticadas o “profundas”. Y así, sucesivamente, ansían cubrir deseos cada vez más “elevados”, una vez cubiertos los “inferiores”. Es decir, el mapa de “curvas de indiferencia” de las personas va cambiando a medida que se van alcanzando mayores niveles de ingreso. En el caso de Abraham Maslow (1908-1970), la jerarquía sería la siguiente, desde el escalón de las “necesidades deficitarias” hasta el de las “necesidades existenciales”: fisiológicas; de seguridad; de pertenencia; de estima; y de autoactualización. 48 En 1964, Salazar Bondy (1974: 58 y ss.) ya resaltaba esta cuestión de las aspiraciones crecientes, las que calificaba –realista e irónicamente– como “insomnios civiles”: “[...] el pueblo [...] sueña con acceder, construyéndola u obteniéndola como premio o donación, a una casita de las que ocupa la mesocracia baja. Esta, como es natural, tiende a salir de la morada estrecha o el departamentito para habitar un domicilio adecentado de los que pueblan las familias de la clase media alta. A su turno, esta acaricia la esperanza de llegar al barrio residencial trepando, en lo que a la pugna habitacional respecta, la gran pirámide desde el escalón del chalecito al de la más holgada casa, con jardín y todo, y del de esta última al de la casona o villa. Es decir, con más exactitud, al rellano de la mansión en la ciudad y la casa de verano, si es posible con A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 33 “Pero incluso si fuera tan cierto, como realmente es falso, que se hubiese incrementado el ingreso medio de todas las clases de la sociedad, podrían haberse hecho mayores las diferencias y los intervalos relativos entre los ingresos, y aparecer así más agudamente los contrastes de riqueza y pobreza. Pues justamente porque la producción total crece, y en la misma medida en que esto sucede, se aumentan también las necesidades, deseos y pretensiones, y la pobreza relativa puede crecer en tanto que se aminora la absoluta” (1844: 60; subrayado en el original). Para ilustrar estos efectos, obsérvese el gráfico 1.3, en el que se puede observar cómo afectan el bienestar los aumentos de ingresos y los cambios en las aspiraciones de las personas. Según la mayoría de economistas, a medida que aumenta el ingreso, se incrementan tam- bién el bienestar y la felicidad de las personas, aunque menos que proporcionalmente. En el gráfico estaríamos transitando –a medida que aumenta el nivel de ingreso “Y”– sobre la curva A1 de suroeste a noreste, pasando sucesivamente por los puntos a, b y c, alcanzando niveles de satisfacción o “felicidad” cada vez mayores (H1, H2 y H3, respectivamente), como consecuencia de los mayores niveles de ingreso (Y1, Y2 e Y3). Sin embargo, según los defensores de esta hipótesis49, una vez que el ingreso pasa de Y1 a Y2, las personas adquieren nuevas “necesidades” y aspiraciones, con lo que la curva respectiva Al se traslada hacia el sureste (Am). En esas condiciones, dado su nuevo nivel superior de ingreso Y2, lo conduciría al mismo nivel de felicidad (H1) que poseía con el nivel menor de ingreso anterior, ubicándolo en el punto ‘d’ de la nueva curva Am. De manera que, una vez que las personas alcanzan sus aspiraciones (gracias a un mayor nivel de ingreso), aparecen nuevos apetitos (que también pueden ser inmateriales), y así playa propia y otras gollerías más. Es toda una marcha al Sur, pues la escala tiene esa dirección cardinal. La voluntad de vivienda mueve, como se aprecia, a la sociedad desde su fondo por una reacción en cadena enérgica aunque sin estrépito. De esta misma manera, por otra parte, se concatenan más insomnios civiles: tener un auto cualquiera, tener un auto americano de un modelo de no menos de cinco años atrás, tener un auto nuevo (ese auto nuevo, no otro), tener dos autos, tener tres autos, ad infinito”. Y sigue con el caso de los colegios. Pero no solo observó la explosión de aspiraciones, sino también el “efecto demostración”: “La voluntad de vivienda, confort o educación se torna, en estos casos, en voluntad de ascenso social. Voluntad, pues, de desclasamiento. La aspiración general consiste en aproximarse lo más que sea posible a las Grandes Familias y participar, gracias a ello, de una relativa situación de privilegio. Este espíritu no es exclusivo de la clase media. El pueblo entero, aun su masa más desdichada e indigente, obedece al mecanismo descrito. Y por una razón clara: cuanto más inestable es el status, más vehementemente se desea alcanzar la estabilidad. Y por cualquier medio” (Salazar Bondy 1974: 60). 49 La que ha sido comprobada empíricamente por varios autores. Véase, por ejemplo, el estudio de Graham y Pettinato (2002) para el caso de Rusia. J ü r g e n S c h u l d t 34 sucesivamente, en una carrera que no parece tener fin50, llevándolos gradualmente a la curva Ah, y aun a otras que estarían más abajo (pero que no figuran en el gráfico). Gráfico 1.3 NiVELES DE iNGRESO, DE FELiCiDAD Y DE ASPiRACiONES51 Fuente: Frey y Stutzer (2002: 415) Obsérvese, sin embargo, que el planteamiento anterior supone que siempre aumentan los ingresos de las personas. ¿Qué sucede si esto no es así, como en el caso de nuestros encuestados que han sufrido mermas pecuniarias persistentes durante determinados períodos? En esa circunstancia, la explicación podría asentarse en una o varias de las siguientes hipótesis: 50 Lo que los anglosajones denominan la “noria hedónica” (hedonic treadmill), en que la gente viviría en un molino que la llevaría a una carrera sin fin, en que se regresa siempre al mismo sitio, psicológicamente hablando, en términos del bienestar subjetivo. 51 Fuente: Frey y Stutzer (2002: 415). Felicidad Fuente: Frey y Stutzer (2002: 415). Niveles de ingreso, de felicidad y de aspiraciones H3 Al Am An Niveles de aspiración (Al>Am>An) b d g a H2H4 H1 H0 Y1 Y2 Y3 Y4 Ingreso Y c f e h A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 35 • En la del enfoque de las aspiraciones, en cuyo caso la teoría predeciría que la insatis- facción de la gente disminuye tremendamente como consecuencia de una caída de sus ingresos, ya que se supone que su “nivel de deseos” actual (curva Am) se mantiene52. • En la de la “adaptabilidad humana” (hipótesis planteada en la segunda sección), en que el poblador se va resignando crecientemente a sus cada vez menores niveles de ingreso, con lo que tiene que ajustar sus aspiraciones, regresando al nivel que tenía antes (Al), lo que ciertamente nunca alcanzará según la hipótesis de la adaptación hedónica imperfecta. • En la práctica, seguramente se combinarán ambos factores. Además, obviamente, hay un límite para el ajuste de las aspiraciones respecto de la caída de ingresos. Si estos caen en exceso, y más aún si no cubren ni siquiera la subsistencia, ese proceso llevaría paulatina pero seguramente a la frustración y a la desesperanza. En el límite, a escala personal, ese proceso puede desembocar en la criminalidad y, en el peor de los casos, en el suicidio o la locura. Sin embargo, a nuestro entender, estas hipótesis solo se aplican al “dominio” de lo eco- nómico, no así para otros, tales como los de la salud, la amistad, el trabajo, la jubilación y demás, en que no se da necesariamente la adaptación hedónica completa. Por lo que su conclusión más general y decisiva, considerando todos los dominios, es que: “la felicidad general de un individuo depende de la brecha entre aspiraciones y logros en cada dominio y de la importancia relativa de cada dominio en la función de utilidad del individuo” (Frey y Stutzer 2002: 20; n.c.). Los autores que se inclinan por este enfoque (v. gr., Michalos 1980, 1985), que también nosotros compartimos (Schuldt 2004), plantean que el bienestar de las personas es una función directa de la brecha existente entre los deseos y aspiraciones totales de la gente vis à vis los logros alcanzados; ciertamente no solo en términos de ingresos pecuniarios o de gastos de consumo duradero. En tal sentido, si las aspiraciones aumentaran al mismo ritmo que (o en proporción a) los ingresos, los niveles de bienestar permanecerían constantes. En última instancia, sin embargo, la dinámica y sostenibilidad de las economías de mer- 52 En este caso, además, interviene el denominado “endowment effect” (Kahneman, Knetsch y Thaler 1991), de acuerdo con el cual la gente se resiste a vender sus activos. De manera que si lo tienen que hacer, el bienestar cae fuertemente, en coincidencia con los principios de la teoría Prospectiva (véase Kahneman y Tversky 1979), eje de la disciplina de la Economía del Comportamiento (el texto más asequible sobre este campo de estudios es el de Morris Altman [2012]; y el más completo es el de Nick Wilkinson [2008]). J ü r g e n S c h u l d t 36 cado se basan en el hecho de que los consumidores aumentan –permanente aunque paulatinamente– su nivel y variedad de aspiraciones materiales, con lo que se estimulan las compras y, con ello, la demanda agregada de las economías. La publicidad, la aparición y producción de nuevos bienes de consumo y la competencia interpersonal por estatus dinamizan ese proceso. Si no existieran esos mecanismos, es muy probable que el sistema capitalista de mercado –sobre todo en países altamente desarrollados– colapsaría por un exceso de oferta de bienes y por el consiguiente déficit de oferta de trabajo. 1.2.5 El impacto de las externalidades A continuación, complicando aún más el análisis, consideraremos una serie de “exter- nalidades negativas” que pueden contribuir a reducir el bienestar de las personas, inde- pendientemente del ingreso que se perciba. Generalmente, esos factores derivan de la industrialización y urbanización de nuestros países, así como de la pobreza generalizada. Esta sección pretende ilustrar una variedad adicional de las diversas deficiencias que ca- racterizan a las Cuentas Nacionales, pero que ejerce un impacto importante en la felicidad de la gente. Nos referimos a procesos que se perciben en el ambiente “extraeconómico”, en que cabría preguntarse: ¿de qué me sirve que aumenten el PBI o mis ingresos o mi consumo personal y familiar, si paralelamente, en mi entorno, se incrementan la drogadicción, el alcoholismo, la delincuencia, las violaciones (desde las sexuales hasta las de los derechos humanos), la desunión y el maltrato familiar, las epidemias, el abuso del poder privado o público, la corrupción en el seno del Gobierno y el aparato estatal (notoriamente en el Poder Judicial), la contaminación, la congestión del tráfico, etc.? En nuestro caso, en efecto, estos factores y sobre todo la inseguridad ciudadana53, tienen mucho que ver con el malestar generalizado reinante en las grandes ciudades y, sobre todo, en los conos de nuestra megametrópoli. Una parte importante de los ingresos (y del tiempo) de las familias se pierde (por robos, enfermedades) a consecuencia de ellos; y otra parte de los ingresos, se tiene que destinar justamente a la compra de bienes y servicios (rejas, “guachimanes”, coimas, trámites burocráticos y, en casos extremos, para el pago de rescates) que pretenden afrontar esos “males públicos”. Otra externalidad negativa de este tipo –y que implica también menores ingresos– tiene que ver con la discriminación existente en el país, desde la racial, pasando por varias 53 Es muy significativa la información que divulgó un congresista hace algún tiempo (diarios, 14 de mayo de 2003), según el cual en 1990 los policías eran 129.000 y en el 2003 se redujeron a 93.000, es decir, 36.000 menos. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 37 otras, hasta la de género. Ellas no solo impactan en lo psicosociológico, sino que afectan también el ingreso personal en forma directa (v. gr., por su marginación para conseguir un empleo adecuado)54. La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR 2003) ha realizado un análisis descarnado de este tema, que es indispensable consultar con relación a estos aspectos55. De otro lado, compensando en parte los procesos negativos enumerados, necesariamente habría que añadirle, a la “utilidad” que rinde propiamente el ingreso monetario de las familias, cuando menos tres variables que seguramente contribuyen positivamente a incrementar el bienestar de las familias. Una primera es la riqueza acumulada de la que disponen las familias en forma de diversas variedades de activos, tales como vivienda, automóviles y demás bienes de consumo duradero, acciones, casa de campo, huerta, etc. Todos ellos rinden servicios que contribuyen al “bienestar” de las personas, al margen de los que les otorgan los ingresos corrientes. En segundo lugar, el bienestar derivado del goce de los llamados “bienes públicos” disponibles, debería añadirse a los cálculos de este tipo, ya que una serie de obras estatales, como parques, lozas deportivas, hospitales, colegios, carreteras, alumbrado público, etc., también elevan el bienestar subjetivo de las familias. Finalmente, en parte relacionado con el anterior, las políticas sociales ofrecen bienes y servicios gratuitos que contribuyen al “desarrollo humano” de la sociedad, en la medida en que mejoran las condiciones de vida –en especial, la alimentación y la salud– de la población más necesitada56, aunque también pueden contribuir a destruir la autoestima de las personas. 1.2.6 Los “bienes relacionales” En este enfoque, se parte del supuesto, bastante evidente pero despreciado por el análisis económico convencional, según el cual las relaciones humanas son elementos cruciales para alimentar el bienestar subjetivo57. Algunos economistas han venido reconociendo 54 Como es sabido, los sectores populares son los más expuestos a los abusos oficiales (cometidos por policías, jueces, etc.), a la delincuencia o a la invasión de sus tierras o terrenos (véase Field 2002, y los comentarios de Krueger 2003), que implican altos costos de transacción. 55 Véase en especial el tomo VIII, que contiene las partes segunda y tercera del Informe. 56 Y no solo de ella, como se sabe, debido a las “filtraciones” que se dan en el otorgamiento de los bienes y servicios, de manera que llegan incluso a los estratos socioeconómicos más altos de la sociedad. Véase la excelente selección de textos de Vásquez y Winkelried (2003), en la que se discuten las limitaciones de las políticas sociales y algunas propuestas de reforma. 57 Lane (2000a: 6): “[...] we get happiness primarily from people; it is their affection or dislike, their good or bad opinion of us, their acceptance or rejection that most influence our moods. Income is mostly sought in the service of these forms of social esteem, as Adam Smith reported long ago”. J ü r g e n S c h u l d t 38 crecientemente –probablemente siguiendo el enfoque de Erich Fromm (1976)58– que este tipo de “bienes” son esenciales para contribuir a la felicidad de las personas. Es decir, las personas, en su búsqueda de bienestar, no solo consideran lo que pueden comprar y consumir, sino también “lo que hacen con otra gente” (Ng 1997, Pugno 2011). Es decir, las que se ocupan de “las relaciones con las personas, no tanto con lo que pueden hacer con el dinero, son las que influyen en mayor medida sobre el bienestar” (Lane 2000b: 68). Lo que nos debería llevar a revaluar el valor que tienen efectivamente los bienes para nuestra satisfacción y la de nuestros congéneres. A lo que Jeffrey Sachs (2011) añade que: “[...] la felicidad se logra a través de una estrategia equilibrada frente a la vida tanto de parte de los individuos como de las sociedades. Como individuos, no somos felices si se nos niegan nuestras necesidades elementales, pero tampoco somos felices si la búsqueda de mayores ingresos remplaza nuestra dedicación a la familia, los amigos, la comunidad, la compasión y el equilibrio interno. Como sociedad, una cosa es organizar las políticas económicas para que los niveles de vida aumenten, y otra muy distinta es subordinar todos los valores de la sociedad a la búsqueda de ganancias”59. La dificultad de este enfoque es que, a diferencia de los planteamientos sustentados en la cantidad y/o calidad de los bienes, que son fácilmente determinables y hasta cuantifi- cables, no sucede lo mismo con la frecuencia o el tipo de una relación humana (v. gr., la amistad, la solidaridad, la reciprocidad, la confianza) y, en general, con las interrelaciones entre las personas. A estas se les denomina “bienes relacionales”, ya que las interacciones humanas se definen como la “producción” y, a la vez, como el “consumo” de esos bienes relacionales; es decir, como la “producción, consumo e intercambio” (interacción) entre distintos individuos o grupos60. Las encuestas de opinión, en efecto, confirman la hipótesis de acuerdo a la cual, la familia (hijos y matrimonio) y las relaciones interpersonales (amigos de barrio, colegio, universidad; 58 En su opinión sería necesario distinguir entre dos tipos de orientaciones de las personas, las que se guían por el “tener”, que ciertamente son la mayoría, y las que privilegian el “ser”. Son esas perspectivas las que determinan gran parte de la manera como los consumidores actúan, piensan y sienten. Los que se enfocan en el “tener”, buscan adquirir y poseer activos, propiedades y hasta personas, lo que les da un sentido del yo y un significado para desempeñarse en la vida y el mundo; las que, sin embargo, desembocan en sentimientos de insatisfacción y vacío. En cambio, las personas que siguen el “ser”, se centran en las experiencias más que en las posesiones, derivando significados del compartir y del compromiso con otras personas. Véase también el trabajo de Frost y Steketee (2011; capítulo 13), según los cuales “it seems that experiences carry more social potential than things, and ‘being’ versus ‘having’ brings people closer to happiness” (Frost y Steketee 2011: 266). 59 Para mayores detalles y su fundamentación empírica, véase el “Reporte mundial de felicidad”, editado por John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs (2012). 60 La utilidad que “rinden” estos bienes relacionales deviene de un determinado resultado (utilidad experimentada), pero que puede ser distinto a la utilidad proyectada o esperada. Con lo que si esta es mayor que la primera, se materializa en frustración, soledad y desencanto; y viceversa. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 39 compañeros de trabajo, de deportes o de pasatiempos, etc.) son lo que más valoran las personas en vista de su bienestar subjetivo. Esto generalmente se engloba en el concepto de “compañerismo”61. Ahora bien, el progreso técnico, la urbanización y la industrialización han dado lugar a una mayor disposición de bienes para el consumo, con lo que –en general– los bienes mate- riales pueden y tienden efectivamente a sustituir a los bienes relacionales, por lo menos en parte. Esto es lo que induce a un sesgo muy fuerte a favor de la compra de bienes materiales y, consecuentemente, a la tendencia a asignar más y más tiempo al trabajo, a costa del ocio y las “relaciones interpersonales” (en vivo, más que virtualmente). En ese sentido, una espiral viciosa de ese tipo tiende a reducir el bienestar subjetivo, el que efectivamente está más condicionado por la calidad de las relaciones humanas, que por el consumo de bienes materiales. Ya que el bienestar subjetivo depende tanto de bienes materiales como de estos “bienes relacionales”, la felicidad aumenta menos o incluso disminuye, mientras la producción material y el ingreso pecuniario se expanden indefinidamente a costa de los bienes rela- cionales (Pugno 2005). Y, en efecto, en su afán por conseguir más y más bienes y servicios, las personas descuidan más y más las relaciones interfamiliares, amicales y microsociales62. La fractura de las familias y el creciente individualismo materialista vigente en los países “desarrollados” son procesos bien conocidos y que seguramente pueden servir de base para entender la tendencia del bienestar subjetivo a mantenerse constante (o a descender) en la mayoría de las naciones “avanzadas” (recuerde las tendencias decrecientes recogidas en el gráfico 1.1), proceso que se está dando también y muy acelerada y preocupantemente en nuestros países “emergentes”. Scitovsky (1976) añade una hipótesis relacionada con la anterior, argumentando que la creciente insatisfacción, a pesar de la prosperidad reinante, se debería a la excesiva demanda de “confort” –la tendencia a cada vez mayores requerimientos de bienes de consumo– respecto a la insuficiencia de “actividades creativas”, entre las que enfatizaba las actividades “artísticas”, tales como la música y el ballet, la literatura y el teatro, la pin- tura y la escultura, el cine y el teatro. Estas, aunque también requieren de mercancías, se 61 “Companionship”; véase Lane (2000b: capítulo 5; y especialmente la tabla que figura en la página 79). 62 Técnicamente hablando, la Tasa Marginal de Sustitución entre “bienes relacionales” y “bienes materiales” tiende a aumentar con la “modernización”. Paralela pero complementariamente, la pendiente de la curva ingreso-consumo va disminuyendo a medida que aumenta el ingreso, con lo que la “importancia” (“utilidad”) de los bienes de consumo aumenta –en términos relativos– frente a las relaciones amicales-familiares-sociales y las actividades ligadas al ocio (hobbies). J ü r g e n S c h u l d t 40 sustentan en el ocio, pero sobre todo en las “habilidades para el ocio” (no basta el interés, también hay que poseer la capacidad), que consiste en el goce en y por sí mismo, deriva- do de la curiosidad y la creatividad, pero también de actividades como el conocimiento, la investigación y las experiencias directas de campo, los deportes, el voluntariado, los pasatiempos (filatelia, juegos de mesa, fotografía, etc.). Como es evidente, el tiempo se dispersa cada vez más hacia el “confort” y en contra de las actividades creativas, por lo que, como lo fundamenta Maurizio Pugno (2005: 4): “In the group of the richest countries where individuals have better and growing opportunities to access wealth, a substantial and increasing part of the population suffers from a special form of malaise, which is deeply harmful in its effects, but hard to explain and to cure. This is a deep dissatisfaction with the self and the relationship with the world, and it takes the forms of depression and anxiety, eating disorders and various other forms of addiction, violence within the family and among adolescents, unhappiness in marriage”. A todas las anteriores, pueden añadirse una serie de efectos psicosociales que derivan como “males”, resultado del crecimiento económico, como por ejemplo: “[...] el creciente anonimato de la vida a medida que la tecnología encuentra vías más eficaces de producir bienes y servicios, pues, en gran medida, la eficacia tecnológica requiere controles remotos para sustituir los servicios humanos y hacer a las personas menos dependientes de la comunicación con los otros para sus necesidades y convivencia” (Mishan 1974: 276). De manera que, en conclusión, la relación existente entre la evolución del ingreso mone- tario con respecto al bienestar subjetivo es bastante más compleja –pero ciertamente más débil– que lo que imaginamos y que lo que postula la teoría económica convencional. Con las ocho creativas hipótesis y sustentadas argumentaciones antecedentes, disponemos de una serie de ideas tentativas y planteamientos útiles, para avanzar en nuestro conocimien- to de esa relación y para intentar explicar la paradoja ingresos-bienestar. Estas ideas nos servirán –directa o indirectamente– en los capítulos que siguen, a lo largo de los cuales trataremos de sentar algunos fundamentos del paradigma relativo al desarrollo humano, tal como fueran planteados por unos pocos autores63. En todo caso, no debemos olvidar que la gente consume cada vez más y, aparentemente también, mejores mercancías, pero ello no contribuye necesariamente a incrementar su felicidad. Por lo que también trabaja cada vez más y mejor, pero sin que aumente su bienes- 63 Su utilidad podría ser aún mayor para quienes estén pensando en una Estrategia de Desarrollo o de Postdesarrollo, sea para un país o, muy especialmente, para una región o localidad. A b u n d A n c i A y b i e n e s t A r s u b j e t i v o 41 tar subjetivo, según las encuestas. De manera que, a pesar de que abundan las mercancías y los satisfactores, en la medida en que resultan desenmascarándose como inhibidores, violadores o destructores del bienestar (tal como los definiremos en el próximo capítulo), dificultan la convivencia humana y nos llevan a esclavitudes muy sofisticadas, pero igual- mente inhumanas –si bien en un sentido distinto– que las antaño vigentes. De ahí que sigan siendo válidas las reflexiones de Adorno, Baudrillard, Fromm, Galbraith, Hirsh, Illich, Mishan, Marcuse, Packard, Schumacher, Scitovsky y demás críticos modernos64 de la “civilización occidental”, que ha gestado tantas maravillas, pero que paulatinamente nos estaría llevando al Ocaso de la Civilización. Baste pensar en la poca satisfacción que la gente deriva de su “funcionamiento” y su “confort”, por no hablar de los casos cada vez más comunes de enajenación, alienación, angustia, aburrimiento, soledad, anomia, angustia y frustración a que conducen psicosocialmente las economías capitalistas de mercado y, paradójicamente, por las mismas fuerzas endógenas que la impregnan del empuje que requieren para crecer incesantemente y sin límites aparentes. Con lo que, sin embargo, sigue pendiente la cuestión medular: ¿cómo podrían organizar- se –desde las iniciativas y participación de sus propias ciudadanías– las sociedades para desarrollar las capacidades y para cubrir las necesidades existenciales de las personas, sin menguar sus libertades individuales y sociales, a la vez que respetan la indefensa Natu- raleza? Una aproximación a estos temas será ensayada en los capítulos siguientes; lo que haremos, paradójica y mayoritariamente, con base en determinadas contribuciones de unos pocos economistas, generalmente marginados u olvidados por el “establishment”. En conclusión, aún estamos lejos de las expectativas que tenía Keynes en 1930: “When the accumulation of wealth is no longer of high social importance, there will be great changes in the code of morals. We shall be able to rid ourselves of many of the pseudo-moral principles which have hag-ridden us for two hundred years, by which we have exalted some of the most distasteful of human qualities into the position of the highest virtues. We shall be able to afford to dare to assess the money-motive at its true value. The love of money as a possession –as distinguished from the love of money as a means to the enjoyments and realities of life– will be recognized for what it is, a somewhat disgusting morbidity, one of those semicriminal, semi-pathological propensities which one hands over with a shudder to the specialists in mental disease”. 64 Entre los críticos anteriores, se puede rastrear la pista de los críticos al consumo hasta la Antigüedad (los estoicos), pasando por la Edad Media, por la visión que de ellos tenían ciertos filósofos cristianos, posteriormente retomada por Rousseau, Marx, Tocqueville, Durkheim, entre los más punzantes. Véase: Boulanger (2007) y Dobré (2007). 43 ii. PREFERENCiAS, SATiSFACTORES Y NECESiDADES “El hombre es una absurda máquina que produce para consumir y consume para producir. [...] En esta sociedad el aparato productivo tiende a hacerse totalitario en el grado en que determina no solo las ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales”. Herbert Marcuse (1964: 17) Cuando se habla y escribe sobre “bienestar, “racionalidad” u otros conceptos fundamenta- les sobre la esencia del ser humano, generalmente los economistas adoptan definiciones tan generales que solo son útiles para analizar temas pedestres. Pero si pretenden pensar o desarrollar una teoría del desarrollo general o del ser humano en particular, pierden repentinamente la voz o repiten la letanía de acuerdo a la cual “de gustibus non est dispu- tandum” (Stigler y Becker 1977). Es decir, quizá porque creen que “sobre gustos y colores no han escrito los autores”, esquivan los temas centrales relacionados con las necesidades existenciales y axiológicas del ser humano, cuya cobertura –se supone– debería ser el fin último de todo sistema socioeconómico y político en lo que a los ciudadanos se refiere. Lo que, a nuestro entender, se debe al hecho de que no poseemos un paradigma y con- cepción más o menos general de la “naturaleza humana” y, por tanto, de sus necesidades y capacidades fundamentales. Porque solo sería viable calificar –¿racional o irracional?– el comportamiento y el bienestar de las personas si nos guiamos por un paradigma normativo que permita comparar sus acciones específicas con lo que le conviene “realmente” desde una perspectiva ontológica; es decir, desde sus